El 9 de diciembre de 1824, Antonio José de Sucre, con 6.000 soldados, se enfrenta y vence al virrey La Serna, quien guía 9.320 hombres, en el campo inmortal de Ayacucho, que en lengua quechua quiere decir Rincón de los Muertos.
Poco antes, Bolívar le había escrito- «Expóngase usted, general, a todas las contingencias de una batalla antes que a los peligros de una retirada». J.A. Cova dice que la Batalla de Ayacucho «no es solamente una épica acción de armas en cuanto a técnica y pericia militar. Es más: la creación de un gran artista, de un supremo artífice que ha vivido soñando con su obra maestra y finalmente la ve realizada con todos los contornos de la obra perfecta. En Ayacucho nada faltó para dar majestad y carácter a la suprema concepción de Sucre».
Con Ayacucho se dio libertad al Perú y también al Alto Perú, que después se llamó Bolivia. Asistieron a Sucre oficiales de la talla de Jacinto Lara, La Mar, Córdova, Miller, José Laurencio Silva. Sucre ofreció a los vencidos una capitulación tan gloriosa como la misma batalla, por estimar que «es digno de la generosidad americana conceder algunos honores a soldados que han permanecido y vencido catorce años en el Perú.»
La jornada de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, terminó en el Sur la guerra de independencia que comenzó en el Norte con la batalla de Lexington el 19 de abril de 1775.
El continente americano, de polo á polo, iba á ser libre.
Tenían los realistas 9.320 hombres disponibles de todas armas y once piezas de artillería. Sucre sólo contaba con 6.000 hombres de infantería y caballería, y una sola pieza de artillería.
¿Hay alguien que crea que nuestras fuerzas eran desiguales? No; que allí estaba Córdova, y Silva y Luque, y Lara, y Lamar, y sobre todo Sucre, que valía un ejército. -Este recorría las filas diciendo á los soldados: De los esfuerzos de este día depende la suerte del Sur América. Este será un día de gloria que coronará nuestra constancia. Soldados! viva el Libertador, viva Bolívar, el Salvador del Perú! - Tan animadas palabras produjeron un efecto eléctrico y fueron seguidas de «vivas» entusiastas!...
La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del General Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron en una hora á los vencedores de catorce años, y á un enemigo perfectamente constituido y hábilmente mandado. Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho, semejante á Waterloo, que decidió del destino de la Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas. Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando á los americanos el ejercicio de sus derechos y el sagrado imperio de la naturaleza.
El General Sucre es el padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol: es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará á Sucre con un pié en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú, rotas por su espada.